Mi historia con los relojes comenzó en la infancia, entre desilusiones, sueños incumplidos y una pasión que perdura.
Un regalo inesperado
¿Cuándo tuve mi primer reloj? Depende. Mi primer reloj fue un regalo de los señores Odinotte, una pareja de franceses muy simpáticos amigos de mi padre. Era 1977 y yo tendría apenas unos ocho años. Siempre fueron increíblemente generosos; en mi Primera Comunión me regalaron una cámara Kodak Instamatic 144 (mi primera cámara) y un reloj Timex con carátula azul marino, manecillas y cuerda. Lo recuerdo perfectamente, incluyendo que dejó de funcionar a los pocos días. Nunca se me ocurrió hacer válida la garantía de aquel reloj. En esa época los relojes digitales eran fascinantes y uno de cuerda y manecillas parecía francamente anticuado. Además, era demasiado grande para mi muñeca infantil.

También debo reconocer un sesgo cultural que entonces era común en México, llamado malinchismo: la idea de que todo lo extranjero es bueno y lo mexicano es inferior. En los años setenta, marcas terminadas en «Mex» como Pemex eran vistas con desconfianza, y yo desconocía que Timex era estadounidense. El nombre Timex, por lo tanto, me sonaba a algo de segunda clase. Aunque agradecí enormemente el regalo, estos factores hicieron que mi relación inicial con Timex fuera negativa.
Así, aunque en teoría ese Timex fue mi primer reloj, en la práctica el gusto duró un par de días.
El sueño incumplido del reloj de Snoopy
Mi verdadero sueño era el reloj de Snoopy con una raqueta y una pelotita de tenis flotando. Sin embargo, mis padres insistían en tratarme como un adulto en miniatura, por lo que no podía tener nada infantil. Un reloj de Snoopy estaba descartado; tampoco recuerdo haber pedido explícitamente uno.

Un día, mi padre anunció que iríamos a comprar un nuevo reloj, quizás influenciado por la decepción inicial del Timex. Fuimos a una tienda departamental y ahí compramos mi primer reloj que duró más de dos días.
Mi verdadero primer reloj: el Tissot Incabloc Seastar
En la tienda había una oferta especial: un par de relojes Tissot Incabloc Seastar, uno para hombre y otro para mujer. Mi padre quedó encantado con el par. El reloj de hombre era rectangular y me parecía grande (aunque hoy lo veo diminuto) y a mí me tocó el otro, me gustara o no.

Evidentemente que a mi padre le encantó el reloj de hombre. Insistió en que era una excelente compra, destacando su calidad suiza, belleza, elegancia y ajuste perfecto para mi muñeca delgada. Claro, quizá a él no le pareció relevante que era un reloj de mujer. Y eso en el México de los 70s era un gran tema.
Sin opción a réplica, terminé con aquel Tissot, que efectivamente se convirtió en mi primer reloj de verdad.
Reflexiones finales
A menudo pienso que muchos aspectos que definen a una persona ocurren durante la infancia, especialmente entre los siete y diez años. Ahí comenzó mi historia con los relojes, una fascinación que solo fue superada por otras máquinas: la cámara fotográfica, la máquina de escribir eléctrica y, más tarde, la guitarra eléctrica. Pero esas son otras historias.

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