Explora la pasión por coleccionar relojes como expresión de identidad, historia, belleza, funcionalidad y pertenencia a una comunidad global.
Coleccionar es coleccionarse
Hay quien colecciona monedas, estampillas, libros, cartas coleccionables y, claro está, relojes. Y es que el acto de coleccionar tiene que ver con aquello que nos apasiona, pero también con lo que nos identifica, lo que nos hace únicos. Los intereses de cada persona son una huella digital de su tiempo, su cultura, su entorno y su historia.













Coleccionar genera un sentido de logro cuando se consigue una pieza rara, brindando una sensación de éxito. Además, construir una colección ofrece una estructura interior que puede conectar incluso con la historia familiar. Por ejemplo, conservo algunos relojes de mi padre, aunque no los considero parte de mi colección: siguen siendo de él, incluso hoy.
El coleccionismo también forma parte de nuestra naturaleza social: pertenecer a un club, asistir a ferias, foros, redes como Instagram y TikTok, canales de YouTube o comunidades cerradas en Facebook, Discord o Reddit. Todos estos espacios permiten compartir y celebrar la afición por la horología.
Coleccionar también es un acto de apreciación estética. Un diseño especialmente atractivo, un modelo histórico, único, raro, vintage o de edición limitada, pueden ser fuente de enorme placer. Y a veces también representan una inversión: mi tío Ángel, por ejemplo, se compró una casa gracias a unos timbres raros que encontró en un pequeño pueblo. Nunca se sabe.
Del coleccionismo en general a la pasión horológica
Entre tantas formas de coleccionar —monedas, libros, estampillas, obras de arte— hay una que guarda un encanto particular: la de los relojes. Porque más allá de su valor estético o histórico, los relojes encierran algo único. No solo son objetos bellos o raros: son máquinas vivas que nos conectan con el misterio del tiempo. Tal vez por eso, coleccionar relojes no es simplemente juntar piezas: es construir un puente entre la precisión de la ingeniería, la belleza del diseño y la emoción de atrapar, aunque sea por un instante, el paso inevitable de la vida.
Hubo un momento en mi vida en que quise iniciar una colección de relojes. Hasta entonces, tenía varias piezas, algunas regaladas, otras compradas, pero no formaban una colección real. Quería algo más estructurado, con un tema definido, pero mis ingresos no permiten lujos como Rolex o Cartier.
¿Renunciar a la idea? No. Busqué formar una colección seria pero accesible. Me enfoqué en fabricantes de importancia histórica, y naturalmente miré hacia Japón. Seiko fue mi primer punto de partida. Luego descubrí a Casio, con su mítico F91W —el VW Escarabajo de la relojería— y su asombrosa gama de relojes, desde lo más sencillo hasta auténticas joyas tecnológicas.
La serie G-Shock, célebre por su resistencia, amplió aún más mi horizonte. Así, mi colección empezó a crecer, cada pieza ocupando su lugar, cada adquisición profundizando mi amor por la horología.
Un coleccionismo para todos
Lo fantástico del coleccionismo relojero es que puede ser tan elitista o tan democrático como uno quiera. Cuando veo esos relojes que valen cientos de miles de dólares, pienso en lo que decía mi padre: “los goza quien los merece; yo con verlos descanso”. Y tenía razón.
¿Por qué relojes y no estampillas o cartas de Pokémon? Cada quien resuena con sus pasiones. En mi caso, vibro con el tic-tac de las manecillas, con la belleza de una carátula, o incluso con la simpleza mágica de los dígitos en un display de cuarzo de 15 dólares.
Para quienes amamos el tiempo, la máquina y la belleza, es una forma profundamente placentera y enriquecedora de acompañar la vida.
Conclusión: El tiempo coleccionado
Coleccionar relojes no es solo acumular objetos; es construir un diálogo íntimo con el tiempo, la historia, la belleza y el mecanismo. Cada pieza refleja no solo una técnica o un diseño, sino también una pequeña parte de quien la elige. Desde el reloj más sencillo hasta el más sofisticado, cada uno contiene una emoción, una memoria, una pasión.
Ya sea por amor a la historia, al diseño, a la ingeniería o simplemente al placer de atesorar algo significativo, el coleccionismo relojero ofrece un refugio frente a un mundo cada vez más fugaz y desechable. En cada movimiento del segundero se encuentra no solo el testimonio del tiempo, sino una invitación a detenerse, contemplar y, quizá, entender un poco más el mundo inabarcable de la horología, pero más allá, a vernos a nosotros mismos.


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