Más allá de la copia: relojes, tradición y los gestos del deseo


¿Los relojes «homenaje» son una copia vulgar o una forma accesible de disfrutar un diseño icónico? Las fronteras entre homenaje, copia y accesibilidad son más borrosas de lo que aparentan.

T.S. Eliot afirmó en su célebre ensayo Tradition and the Individual Talent (1919) que ningún poema o texto literario puede ser valorado de forma aislada, sino únicamente en relación con la tradición de la que forma parte. Para Eliot, la creación no surge de la nada, sino que se inscribe en un diálogo continuo con las obras del pasado, las cuales el artista debe conocer, absorber y transformar.

T.S. Eliot

Por su parte, Julia Kristeva —quien acuñó el término intertextualidad— sostuvo que nunca hay originalidad absoluta, sino una red de referencias constante. Así, cuando decimos que «nada existe de forma aislada» o que «todo texto es un intertexto», reconocemos que toda obra creativa —un poema, una canción, una guitarra, una película, un reloj— está inevitablemente imbricada en una constelación de influencias, diálogos, parodias y herencias que la conforman. El acto creativo consiste tanto en decir algo nuevo como en reconfigurar lo ya dicho.

Miro un Invicta Pro Diver de 80 dólares. Se le acusa de ser una copia descarada del Rolex Submariner y se le reprocha su falta de originalidad, de tradición, de calidad, y de ser una vulgarización de la exclusividad y del espíritu del modelo en que se inspira. ¿Será que ya se olvidó que el Blancpain Fifty Fathoms fue el primer reloj de buceo verdadero, y que el diseño de Rolex no es tan original como muchos creen?

Vamos por partes.

Es cierto que Invicta ha cometido más de una pifia en su estrategia de marketing: inflar artificialmente sus precios para luego ofrecer “descuentos de locura” y arruinar su reputación con infomerciales televisivos al estilo “¡Llame ahora, nuestras operadoras lo están esperando!”. Su estrategia de marketing online tampoco ayuda.

La tienda oficial de Invicta en México: parece broma, pero es en serio.

Aún antes de criticar sus relojes —todo un tema aparte—, lo que realmente está para ahorcarlos es su estrategia de marketing. Invicta, en lugar de reforzar su herencia relojera, se posiciona como una marca de bajo costo, diluyendo su prestigio y desconectándose de su origen histórico.

Quienes miran con desprecio a Invicta quizá olvidan que Rolex nació como marca en 1908 y fue trasladada de Inglaterra a Suiza en 1919. En cambio, Invicta fue fundada en 1837 en La Chaux-de-Fonds, en el corazón de la relojería suiza. Invicta nació con la vocación de fabricar relojes de calidad a precios accesibles, y en ese sentido ha sido, incluso hasta hoy, una marca coherente.

Rolex, en cambio, ha sido una firma más opaca, menos transparente. Construyó una narrativa poderosa al asociarse con exploradores, atletas y figuras emblemáticas, mientras implementaba una política de escasez controlada y precios en constante ascenso, muchas veces sin justificación clara. El Submariner se presentó en 1953 con un precio de $150 dólares —equivalentes a unos $1,500 actuales—, pero hoy supera los $10,000. Es decir, su precio ha aumentado casi un 700 %, no tanto por la evolución técnica, sino porque Rolex lo ha posicionado como un símbolo global de estatus, éxito y lujo que, en sentido estricto, tiene mucho de artificio: es una construcción.

Y alguna buena conciencia horológica lo criticará con dureza: el Invicta Pro Diver es una vil, asquerosa y espantosa copia del Rolex Submariner. Pero hay otro reloj sospechosamente parecido al Submariner que, incluso, es reverenciado y usado ‘por buzos de verdad’: el Casio MVD106 «Duro». Es más grande que el Rolex, tiene un marcador distinto a las 12 y carece del cíclope en la fecha, pero fuera de eso, mantiene —fundamentalmente— el mismo diseño. Y, sin embargo, nadie lo critica ni lo califica de copia barata o descarada.

El Invicta tiene un movimiento automático Seiko; el Casio, uno de cuarzo. Sorprende, en verdad, que un reloj tan accesible como el Pro Diver incorpore un calibre automático que, aunque no sea sofisticado, resulta confiable, como el motor de un Toyota Corolla de los años ochenta. Y, a diferencia del Casio, puede funcionar indefinidamente sin necesidad de cambiar la batería. Aunque el Pro Diver no luzca un brazalete premium, al menos cuenta con eslabones sólidos de acero inoxidable, no una correa plástica como la del Casio.

Ambos ofrecen los mismos 20 bar de resistencia al agua, e incluso el lume del Casio es sorprendentemente pobre (y ya es mucho decir, porque el del Invicta también deja bastante que desear). En muchos sentidos, el Submariner es un reloj objetivamente superior, pero como el Pro Diver es una “copia” (así, entre comillas), se le mira con recelo. Y, aun así, al Casio se le califica de honesto. ¿No es eso un completo sinsentido?

Pues, como decía Raúl Velasco: “Aún hay más.”

Muchos de los críticos acérrimos del Invicta Pro Diver, que lo califican como una vil copia del Rolex Submariner, quizá olvidan —o nunca supieron, lo cual hace dudar de su condición de verdaderos expertos— que el primer reloj estrictamente diseñado para buceo fue el Blancpain Fifty Fathoms, lanzado en 1953. El Submariner fue presentado ese mismo año, pero después.

El Fifty Fathoms fue desarrollado en colaboración con nadadores de combate de la Marina francesa e incorporó, por primera vez, lo que hoy entendemos como el canon de los relojes de buceo: bisel giratorio unidireccional, resistencia profesional al agua, excelente legibilidad y protección antimagnética. No fue concebido como un reloj de lujo, sino como una herramienta pura. Incluso fue utilizado por Jacques Cousteau en Le Monde du Silence, y su diseño fue adoptado por varias fuerzas militares. Fue el primero. Y, sin embargo, el mundo recuerda más al Submariner.

Rolex llevó al Submariner al cine, al estatus, y lo convirtió en un símbolo de lujo. De ser un instrumento funcional para buzos, lo transformó en un emblema aspiracional. Hoy se tienen que desembolsar 10,000 dólares no por el acero ni por el zafiro, sino por el aura, la promesa y un mito creado: una leyenda hecha a medida, fabricada.

Y es que quizá también sea un gusto culpable el amar odiar al Invicta Pro Diver. No es una copia falsa: es un reloj legítimo que no viola ninguna patente de Rolex, pero que nos ofrece, a la gente de a pie, una experiencia estética que dista mucho de ser una basura desechable. Y, además, está al alcance de la inmensa mayoría.

¿El ProDiver es vulgar? No, eso queda claro. ¿Es frágil? No especialmente; relojes que valen diez o veinte veces más apenas soportan salpicaduras (sí, Tissot y Hamilton, les estoy hablando a ustedes). Entonces, la molestia no es técnica, sino simbólica: la incomodidad de que exista una vía económica hacia la experiencia —aunque sea muy parcial— de un Rolex.

Y en esta comparación, tampoco deberíamos omitir al Orient Kamasu. Definitivamente más caro que el Invicta (unos $250, que tampoco implica hipotecar el brazo izquierdo), el Orient es visto con muchísimo más respeto. El espíritu es el mismo, y los elementos básicos de diseño —caja, corona, bisel— son, en esencia, los mismos. No es una copia exacta, pero tampoco se aleja demasiado. Para ser honestos, Orient tampoco ganaría un concurso de originalidad. Parece pato, suena a pato, huele a pato, hace cuac… ¿pero no es pato?

Eso sí: incorpora un mecanismo propio más sofisticado que el del Invicta, el lume es claramente superior y el cristal es de zafiro. Vale el doble. Entrega más, sin duda. Tiene un pelitín más de personalidad. Pero quizá una de las diferencias fundamentales es que hoy se ve con mucho más respeto a marcas como Casio y Orient que hace algunos años. Pero recuerdo cuando la gente despreciaba los “Corrient” y los Casio eran vistos como apenas medio milímetro por encima de un reloj “de Mickey Mouse”. Y sí, ambas marcas se han ganado su lugar de forma merecida. Pero entonces, el odio no está en la “inspiración”, sino en lo que Invicta simboliza.

Es como el chico al que bulean en la escuela: no es necesariamente tonto, feo o malo, pero pertenece a esa familia que todos desprecian. La de los estridentes, los gritones, los que a veces sí, pueden ser francamente vulgares.

Se dice que Orient y Casio tienen una estética “sobria y coherente”, y que no pretenden parecer suizos, sino japoneses: funcionales, bonitos y confiables. En cambio, Invicta “juega a ser suiza”. ¿Qué parte de que nació en Suiza no queda clara? Incluso Hamilton, hoy respetada y vista como una marca suiza, es —clara y evidentemente— estadounidense.

Quizá Invicta solo necesita que un Bill Gates aparezca con uno, como ocurrió con el Casio Duro, para legitimarlo.

No escribo esto como una apología de Invicta ni como una reivindicación. No voy a convencer a los puristas, a los tradicionalistas ni a los guardianes de las grandes historias relojeras. Pero sí creo que vale la pena reflexionar un poco sobre la originalidad, los intertextos horológicos y las razones —a veces íntimas, a veces simbólicas— por las que usamos un Pro Diver, un Kamasu, un Duro… o sí, un Submariner. Quizá por nostalgia. Por estilo. Por ingeniería. Por deseo. Por contradicción. Por pedantería. Porque lo heredaste. Porque lo pudiste pagar. Porque necesitas demostrar que tú “sí las puedes”. Porque quieres iniciarte en el coleccionismo relojero. Porque quieres salir de una tienda exclusiva, en un barrio lujoso, con una bonita bolsa de Rolex y subirte a tu Porsche. Porque te recuerda a alguien. Porque siempre lo soñaste. Porque te quieres parecer a Steve McQueen, o a Bill Gates. Porque te lo regalaron en un aniversario. Porque tu empresa te reconoció años de servicio. O simplemente porque se te pega tu regaladísima gana —que, tal vez, sea el mejor motivo de todos.

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